– Falta de deseo o desconexión con tu cuerpo.
No es que “no quieras” siempre… es que tu cuerpo y tu cabeza no se encuentran. Y cuando eso pasa, el sexo se siente como una obligación o un trámite, no como un espacio de placer.

– Dificultades en el orgasmo o en el disfrute.
El cuerpo está ahí, pero no responde. Te frustra ver que a otras personas “les sale natural” y tú sientes que te falta algo… y esa sensación se acumula, se vuelve enojo contigo mism@.

– Ansiedad sexual, falta de control (erección, eyaculación, deseo).
El miedo a fallar te roba la espontaneidad. Empiezas a pensar demasiado, a controlar cada movimiento… y lo que debería ser disfrute se convierte en examen.

– Culpa, tabúes o creencias que te limitan.
Te repites lo que te enseñaron: “esto está mal, no debería sentirlo, no debería pedirlo”. Y esas voces matan tu confianza.

Y con el tiempo…

👉 El deseo no desaparece, se distorsiona.
👉 La frustración se convierte en distancia con tu pareja (o contigo mism@).
👉 El cuerpo empieza a responder menos, porque la mente lo bloquea.

Yo no vengo a maquillarte el problema. Aquí nos metemos en lo que realmente pesa y bloquea:

 – El deseo que se enciende distinto en cada persona (y lo frustrante que es no entenderlo).

– La sensación de “me desconecto en medio del sexo y no sé por qué”.

– La falta de orgasmos o los orgasmos que no disfrutas de verdad.

– El miedo a que tu cuerpo falle (eyaculación, erección, lubricación, ganas).

– La culpa y la vergüenza que no te dejan pedir ni disfrutar lo que quieres.